Casi desde los comienzos de lo que entonces se llamó cinematógrafo algunos intuyeron que además de una diversión de barraca, un medio de entretenimiento o incluso una manera de conocer el mundo, el cine podía ser un fin, una forma de expresión autónoma con reglas propias.

Esa novedad radical desató amores apasionados que a veces se convirtieron en manifiestos y declaraciones, muy relacionados con el afán de las vanguardias por ser absolutamente modernas. Pero algunos cineastas también quisieron expresar su amor por el cine a través de las películas. Es curioso que al borde del sonoro surjan dos producciones mudas que dan fe de esa pasión por el medio. EL CAMERAMAN se estrena en 1928 y EL HOMBRE DE LA CÁMARA en 1929.  A su manera, Buster Keaton (junto a Edward Sedgwick) y Dziga Vertov se daban la mano.

El término “cinefilia” se acuña para hablar de ese sentimiento que necesita ser expresado y compartido. Durante más de un siglo ciertos directores y ciertas películas han revelado la pasión y el desgarro que supone hacer cine. Confiesan la necesidad de ver la vida a través de una cámara y al mismo tiempo la conciencia de que el propio cine se infiltra en la vida. Por eso existen películas como VIDA EN SOMBRAS (1949), PEEPING TOM (1960) o “Persona” (1966).

Para un programa como Días de Cine, que nace de la cinefilia, resultaba casi obligatorio plantear un ciclo que reuniera algunas de esas cartas de amor que el cine se ha escrito a sí mismo. Un amor que no excluye ni la angustia ni el humor. Por eso agradecemos al Festival Internacional de Cine de Las Palmas de Gran Canaria la oportunidad que nos brinda de hacer nuestra propia carta de amor a través de nueve películas que también amamos.


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