Recientemente, el ganador de una Lady Harimaguada, Radu Muntean, declaraba a un medio especializado de su país: “No haré nunca películas que se encuadren en modas pasajeras o que me parezcan que son las que piden los festivales. Existen modas, valores, tendencias. Las puedes identificar con bastante facilidad y probablemente no sea complicado aprender a tocar los botones que te aseguran el éxito”. Quiero creer que este no es el caso de la programación que se presenta en la capital grancanaria, ágil y atenta a los valores fílmicos más que a las corrientes de opinión dominantes desde el origen del festival. Ondeando bandera roja a las etiquetas que acompañan las modas a las que se refiere Muntean.

Cuando el Festival de Las Palmas propone la escritura de un texto sobre la sección Panorama lo primero es pensar en las películas seleccionadas. Obras que definen perfectamente una línea coherente de cada uno de sus autores más experimentados. Algunos de ellos ya han sido reconocidos en Las Palmas con los premios más importantes del festival en un pasado ya casi remoto, cuando comenzaban sus carreras. Y todos han sido parte, con éxito, del semillero de Cannes.

Destilar la última hornada del cine de autor en un puñado de títulos siempre es una tarea compleja. Hacerlo además con el condicionante de no proyectar películas que hayan pasado por salas comerciales reduce las posibilidades drásticamente. Pero curiosamente esto no se refleja en la ausencia de grandes nombres. Al menos este año.

Panorama en definitiva es una sección que atrae miradas y se convierte de nuevo en una arteria principal del festival. Una forma de no perder el contacto con viejos conocidos y de dar la bienvenida a nuevas voces. De disfrutar del mejor cine en las mejores condiciones de visionado. Y de retomar el contacto con otros espectadores para discutir incluso las obras que generan un consenso crítico y programático.


Compartir